En términos de la relación individuo-Estado, las asociaciones de voluntarios o asociaciones civiles, se consideran esenciales para el mantenimiento de una democracia sustancial, ya que se colocan como entidades que equilibran el poder central y como instrumentos para la comprensión de los procesos sociales y políticos.
El asociacionismo y su impacto en la sociedad civil no es un asunto novedoso pero sí lo es su formalización como “segundo nivel de la política” como asegura Arditi (2005), entendiendo lo anterior como aquél en el que la sociedad civil se involucra más allá de la participación electoral no para convertirse en un escenario alternativo al gobierno o los partidos políticos, sino como un espacio suplementario de la política, como el complemento faltante para que el engranaje democrático accione adecuadamente todas las bondades de un Estado pleno, organizado y efectivo ante una sociedad demandante de transparencia y resultados eficientes y eficaces.
“La sociedad civil debe asumirse como un espacio suplementario de la política, como el complemento faltante para que el engranaje democrático accione adecuadamente todas las bondades de un Estado pleno.”
Tocqueville piensa que es necesario poner límites propiamente sociales para frenar el despotismo y de ahí la importancia que tiene el desarrollo de una poderosa, plural e influyente actividad cívico-social independiente de la tutela estatal. El ojo íntegro e independiente de la sociedad civil resulta indispensable para mantener siempre viva la libertad democrática, y eso constituye, al mismo tiempo, la mejor escuela y antídoto frente al autoritarismo en cualquiera de sus formas.
Asociacionismo y democracia
El concepto de sociedad civil se ha convertido en la actualidad en uno de los más aludidos en las discusiones acerca de las distintas formas de entender la democracia. Entre los factores principales que han propiciado el auge de esta renovada reflexión sobre dicho concepto, suelen mencionarse el debate sobre la crisis del Estado y las posibles soluciones a las deficiencias de prácticamente cualquiera de los modelos de gobierno actuales como son la partidocracia, la apatía política, las corruptelas, etc. y la necesidad de su corrección cívico-política con medios democráticos. De un modo general, uno de los modelos en la concepción moderna de la sociedad civil encuentra una visión de la misma, estructurada sobre la interacción de los ámbitos social y político y encaminada a convertir a los ciudadanos, por la vía del asociacionismo, en los verdaderos protagonistas del proceso democrático.
Si a esta auténtica infraestructura sociopolítica le añadimos una serie de medidas encaminadas, por una parte, a desconcentrar el poder del Estado como lo son la división de poderes, la potenciación de la democracia municipal y la desburocratización de partidos e instituciones políticas y, por otra, a desarrollar el espíritu cívico democrático, como la reincorporación de dicha asignatura en los programas escolares, una prensa independiente y una opinión pública ilustrada, entonces tenemos un modelo de sociedad civil capaz de hacer de la democracia un modo de vida más ético y ya no solamente un mecanismo para elegir o despedir gobiernos y asignarles contrapesos.
Entendemos entonces que el establecimiento de regímenes democráticos ha sido un elemento decisivo para el surgimiento y desarrollo del asociacionismo voluntario y que de hecho estas asociaciones existen en todas las sociedades democráticas desempeñando papeles que intervienen en todos los sectores, desde los económicos y políticos, hasta los espirituales, recreativos o culturales. Sin embargo existe el riesgo de que aún en un Estado democrático como México, la concentración de poder en los partidos, en el Estado, o en un grupo muy reducido de personas que lo controlan, disminuya o nulifiquen la capacidad de influencia de las agrupaciones voluntarias.